La
revolución de 1848
La
oleada revolucionaria que se extendió durante
1848 por gran parte de Europa,
además de su significado político tuvo un
marcado carácter social. Francia,
Austria, Alemania, Suiza,
al igual que otros estados, constituyeron escenarios en
los que la clase trabajadora intervino en forma de protestas
y motines junto a la pequeña burguesía liberal,
frente a los intereses de la alta burguesía que
acaparaba los resortes del poder.
Sus
demandas se centraron en una ampliación
de los derechos y libertades conquistados durante la Convención
Nacional francesa de 1793: sufragio universal
masculino, democracia, asistencia social
a los desfavorecidos, derecho al trabajo,
libre sindicación, etc.
La experiencia
de 1848 fue especialmente relevante en Francia,
donde la presión social forzó la caída
de la monarquía de Luis Felipe,
el llamado “rey burgués” y forzó
la proclamación de la Segunda República.
El socialista Louis Blanc,
ministro de Trabajo durante el gobierno provisional republicano,
creó los “Talleres Nacionales”
y fijó la jornada máxima de trabajo
en 10 horas, intentando absorber el enorme paro
que asolaba el país. El cierre de los Talleres
Nacionales acaecido tan solo unos meses más tarde
de su apertura significó el fracaso de quienes
pretendían dar contenido social a unas reivindicaciones
que habían ido más allá de lo meramente
político.
La proclamación de Luis Napoleón
como presidente de la República y la posterior
abolición de ésta mediante un autogolpe
de estado tres años más tarde, expresó el fallido el empeño de los trabajadores en
poner fin a las desigualdades económicas y mejorar sus pésimas condiciones laborales
y sociales.
La
enseñanza que el movimiento obrero
extrajo de la frustrada experiencia
revolucionaria fue que en lo sucesivo sólo debía
confiar en sus propias fuerzas, rechazando posibles alianzas
con cualquier sector de la burguesía. Se organizó
en sindicatos y emprendió la acción
política de la mano del marxismo y el anarquismo.
Sufragismo y
feminismo